Festividad marcada por actividades culturales, pero también por la sombra del abandono y la mala gestión.
La incompetencia municipal convierte el Día del Patrimonio en una oportunidad perdida entre celebraciones y puertas cerradas.
El Día del Patrimonio en Uruguay se conmemora este 5 y 6 de octubre en todo el país, con un enfoque especial en la vitivinicultura nacional. La consigna de este año coincide con los 150 años de la viña y el vino en Uruguay, una celebración que subraya la importancia de una tradición arraigada en la inmigración europea, en el arduo trabajo de familias y en la innovación constante que mantiene viva una industria esencial para la economía y la cultura uruguaya.
Mientras que Montevideo se prepara para ofrecer un abanico de actividades que giran en torno a dos grandes figuras de la vitivinicultura local, Francisco Vidiella y Pascual Harriague, los verdaderos pioneros de una industria que hoy es símbolo del país, las propuestas abarcan recorridos por bodegas históricas, charlas sobre el legado de la inmigración europea en la industria vinícola y degustaciones que permitirán conocer de primera mano la riqueza de los vinos nacionales. Museos, edificios históricos y centros culturales abrirán sus puertas, ofreciendo espacios para descubrir la historia, la arquitectura y el arte que componen el vasto patrimonio de la nación.
Lo que ocurre en el resto del país es un despliegue de cultura y tradición. Canelones, Maldonado, Colonia, Paysandú y tantos otros departamentos ofrecerán recorridos, exposiciones y actividades que abrazan la diversidad de la cultura uruguaya. La intención es mostrar, enseñar y celebrar lo que hace único a Uruguay. Sin embargo, en Salto, la realidad es otra, una que deja un sabor amargo en el paladar y un golpe seco al corazón de quienes aman su historia.
El panorama en Salto se encuentra sumido en una penumbra de ineficiencia y corrupción. En lugar de ser una fiesta del patrimonio, esta jornada estará marcada por puertas cerradas y oportunidades perdidas. Los museos, los edificios históricos, las galerías y los lugares que deberían brillar con la riqueza cultural del departamento permanecerán clausurados. Los visitantes y ciudadanos que esperaban disfrutar de la historia y la cultura de su tierra se encontrarán con un muro de desidia. ¿Qué se festeja, entonces, en Salto? Esa es la pregunta que resuena con rabia y desilusión entre los salteños.
El desinterés de la Intendencia de Salto, liderada por Andrés Lima, es palpable y vergonzoso. La gestión de la izquierda al frente de la comuna ha demostrado una incapacidad absoluta para organizar y promover el patrimonio local. La comisión de patrimonio, cuya presencia debería ser la columna vertebral de la celebración, simplemente brilla por su ausencia. La corrupción y los hurtos no solo han manchado los museos, sino que han manchado también la imagen de lo que debería ser un día para la historia y el orgullo de todos los salteños.
El Día del Patrimonio en Salto se hunde en una sombra de ineficacia y mala administración, convirtiéndose en una muestra clara de la negligencia y el desprecio por la cultura que parece caracterizar a las autoridades locales. En lugar de abrir las puertas al conocimiento y la memoria, las cierran, frustrando el derecho de los ciudadanos y turistas a ser parte de una celebración que debería pertenecer a todos. Salto vivirá, este año, uno de los peores Días del Patrimonio de las últimas décadas, una realidad que golpea de frente y que deja un amargo eco de descontento y repudio.
Frente a esta realidad, mientras que en otros puntos del país la celebración brilla con la alegría de la historia y la cultura, en Salto se respira el aire frío de la indiferencia y la traición a un legado que merecía ser honrado. El Día del Patrimonio en Salto se presenta, lamentablemente, como un reflejo de una gestión que no ha sabido, ni querido, estar a la altura de la responsabilidad de proteger y promover la riqueza cultural del departamento.
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