Estudio revela que el calor activa un circuito cerebral que induce al sueño, explicando la siesta en los días más calurosos.
Investigadores de la Universidad Northwestern descubren que las neuronas sensibles al calor en la mosca de la fruta podrían explicar la relación entre el calor y la somnolencia en humanos.
El estudio, publicado en la revista Cell, ha utilizado a la mosca de la fruta ('Drosophila') como modelo experimental. Este insecto, presente en casi todo el mundo, comparte con los humanos una preferencia por las temperaturas de alrededor de 25ºC, lo que lo convierte en un valioso sujeto de investigación para comprender cómo el calor afecta el comportamiento de sueño en diferentes especies.
Según el equipo de investigación, liderado por el profesor asociado de neurobiología Marco Gallio, los cambios de temperatura influyen en el comportamiento tanto de los humanos como de los animales, funcionando como una señal para adaptarse a las variaciones estacionales. En estudios anteriores, estos científicos ya habían analizado cómo las moscas detectan y responden a la humedad y la temperatura en su entorno. En este nuevo trabajo, se identificaron neuronas sensibles al "calor absoluto", activadas por temperaturas superiores a los 25ºC.
Este sistema neuronal forma parte de un circuito que regula el sueño, dividido en dos vías: una fría y otra caliente. Cuando la vía caliente se activa debido al calor, las células que estimulan el sueño se mantienen activas por más tiempo, lo que explica la mayor sensación de somnolencia durante las horas más calurosas del día.
El avance en este campo ha sido posible gracias a la elaboración de un conectoma completo de la mosca de la fruta, un mapa detallado de todas las conexiones neuronales de este insecto. A través de este recurso, los científicos pueden investigar las conexiones entre las aproximadamente 100.000 células cerebrales de la 'Drosophila', obteniendo nuevas perspectivas sobre cómo la temperatura influye en el sueño.
Aunque en humanos la siesta puede estar influenciada por factores culturales, Gallio señala que en las moscas la necesidad de descansar ante el calor parece estar programada biológicamente. Este descubrimiento sugiere que podría haber un mecanismo similar en las personas, aunque aún falta investigar más sobre los efectos a largo plazo del calor en el sueño humano.
A medida que los investigadores profundizan en el estudio de estos circuitos cerebrales, esperan obtener un mayor entendimiento sobre cómo las especies, incluidos los humanos, se adaptan a las fluctuaciones de temperatura y cómo estas influencias afectan nuestros patrones de sueño.